Ana Roqué de Duprey, luchadora por el derecho al voto de las mujeres que sabían leer y escribir, se encontraba enferma en cama en su casa de Río Piedras. La trataron con leche salpicada de café, jugo de toronja y alcanfor. Tomó poción diurética, caldo y champán. Recibió poción para la tos, ventosas y cataplasmas en el pecho. Luego comenzaron a llegar las ofrendas florales. Era el 3 de octubre de 1933. Roqué dejaba tras de sí una obra científica de carácter olímpico que no vería publicada jamás.

Había trabajado durante casi 30 años en un libro sobre plantas y árboles que la consagraría como una de las divulgadoras de la ciencia más importantes del Caribe. Pero fue subestimada por Carlos E. Chardón, una de las autoridades científicas masculinas de principios de Siglo XX. Quedó inédita su Botánica antillana.

Casi 90 años después de que ella la escribiera, abrí un sobre. Un viejo manuscrito se deslizó hacia fuera. Supe que había encontrado el libro perdido de Ana Roqué.

Sigue leyendo en el Centro de Periodismo Investigativo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *